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De monumento a hito urbano. 23.11.2022

 Si “los errores históricos constituyen una parte esencial del ser una nación”, como lo creía el historiador Eric Hobsbawm (Sobre el nacionalismo, 2021, p. 17), su historia debe servir para informar y no para polarizar, y en consecuencia la estatua del fundador de Santiago de Cali, en 1536, si debía regresar a su sitio, en donde fue erigida en 1937 con motivo del cuarto centenario de la ciudad, pues fue allí donde es posible que Belalcázar, alejándose de Pizarro, viera la posibilidad de una salida al Pacífico, lo que le permitiría comunicarse con la Corona Española y obtener su Gobernación (como ya se dijo en esta columna: La carretera al mar, 07/10/2004), aunque siguió fue a Santa Fe de Bogotá.

Pero ahora el monumento debería incluir una reseña sobre el simbolismo de la estatua, su valor artístico y su escultor, el español Victorio Macho; y sobre la historia de la fundación de Santiago de Cali y por qué justo aquí, y la de Sebastián Moyano, llamado de Belalcázar por su nacimiento en ese bello pueblo andaluz cerca de Córdoba. Y no solo lo que aducen los que en un acto vandálico derribaron la estatua, ignorando que, como señala Hobsbawm, nunca ningún territorio ha sido habitado por una única población homogénea, cultural o étnicamente (p. 241) y que “no estar de acuerdo con algo no nos da derecho a no intentar comprenderlo” (p. 11) para lo cual hay que informarse.

Información que podría estar en el muro de atrás del Mirador, junto con la placa con los fundadores de Cali, adosada años ha al pedestal, y la de ahora (que justo allí lleva a un equívoco, como lo señaló Eduardo José Victoria, El País 19/11/20122), lo que permitiría recuperar la imagen original del monumento con únicamente su escudo de la ciudad.
Monumento que se ha convertido con los años (cómo la Torre Eiffel en París) en un hito urbano de Cali, junto con la colina de San Antonio y los cerros de Las Tres Cruces y Cristo Rey, cuyos sendos monumentos los identifican y, juntos, a la ciudad, tanto a caleños como visitantes; y en el parque puede haber otros a indígenas y esclavos.

Como ya se propuso (La ciudad del Mirador, 17/06/2021) incluso se le podría cambiar el nombre al Mirador y llamarlo el Mirador de Cali, considerando que sus muchos visitantes llegan hasta allí no tanto a ver la estatua de Belalcázar como a contemplar buena parte de la
ciudad a sus pies, luego el amplio valle alto del río Cauca; ver a un lado las Tres Cruces y al otro Cristo Rey, al fondo y hacia el sur el Cerro de La Teta, y atrás la Cordillera Occidental con sus altos farallones coronándola, que es lo mismo que se expresa en el escudo de la ciudad, en el pedestal de la estatua, aunque en este se muestre abajo un espacio de agua tan amplio que no puede ser el río Cauca sino el mar Pacífico.

Un monumento público lo es en memoria de alguien o algo, y ser considerado un bien de interés cultural, BIC; es una herencia propia del pasado de una comunidad, que esta vive y transmite a las generaciones futuras. En Cali la gran mayoría somos mestizos de ‘indios’, “blancos” y “negros” (en orden de llegada al que sería el Nuevo Mundo), hablamos español, soportamos sus problemas y la amenaza del cambio climático y podríamos gozar más de sus bellezas. Pero debemos respetarnos sin “falsas tradiciones” (Hobsbawm, p. 139) ya que: “El peligro de [las) combinaciones de ignorancia histórica y confusión intelectual es que, en vez de explicar los mitos, se limitan a reforzarlos”. (p. 292).

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